Placeres de la (no) lectura, Ezequiel Barbosa Vera (revista Tónica)

En la introducción de Visitando a Mrs. Nabokov y otras excursiones Martin Amis decía que encontraba trastocados varios universos, incluso los personales, aquellos de su lejana y primera juventud. El libro de Amis reunía algunas de sus crónicas más importantes, una retrospectiva de la década de los ochenta publicada a mediados de los noventa. Cualquier antología recopilatoria conmina al autor a enfrentarse a un mundo casi desconocido: el tiempo hace mella en el significado de las palabras. La edición original de No leer de Alejandro Zambra fue en 2010; la actual publicación argentina, de parte de Editorial Excursiones, posee nuevos artículos del autor chileno, algunos de ellos extremadamente recientes. A diferencia del escritor inglés, cuando Zambra mira (lee) hacia atrás no halla melancolía ni rostros (palabras) indistinguibles. Están lo escrito, lo vivido y lo leído que en este caso vendrían a ser poco más que lo mismo. Desde su título, No leer se convierte en una paradoja permanente. La nota introductoria es clarividente y por sí misma justifica la existencia de esta antología: “Este libro es, sobre todo, un elogio de la lectura”. Zambra pone especial énfasis en la mediatización en la que ha caído el ámbito de la lectura, en la manera en que el consumo de ciertos libros se ha vuelto una imposición donde se privilegia hablar sobre una obra antes que leerla. Y en el acto rebelde pero imprescindible de no leer de acuerdo a la media establecida radica el valor de los tres segmentos que constituyen el libro.

La primera parte reúne textos breves, algunos son reseñas pero en su mayoría comprenden reflexiones acerca de la literatura, sea ya desde el papel del autor o del lector. Un aroma memorioso (no de nostalgia) impregna estas crónicas en las que suele asomar la figura del niño o del joven a través de la cual se condensa la imagen de un lector inmune a las imposiciones culturales contemporáneas. De allí surge una cierta añoranza por un Cortázar hoy no tan presente, un elogio a la fotocopia universitaria en tanto soporte irredento y antiguo que sigue desestabilizando las restricciones editoriales, la aparición de literaturas familiares de padres, hijos o madres (los lectores de Zambra reconocerán en estas últimas más de una referencia común a su novelística). Incluso el autor se permite reírse de los poetas y de su propio pasado en relación al lugar que ocupan en el mercado cultural. En la segunda sección, siete textos más extensos dan cuenta de lecturas más profundas y entrañables del autor, confeccionando un canon personal lúcido y compacto en el que destacan una sentida semblanza de reconocimiento a la vida y obra de Julio Ribeyro, así como también sus reflexiones acerca de sus compatriotas Roberto Bolaño y Nicanor Parra.

Apenas dos textos integran la tercera parte final de No leer: una reflexión sobre Bonsái, su primera novela, y una especie de manifiesto sobre las condiciones de lectura y distribución literaria. En ambos se dilucida el amor de Zambra por todo lo que queda guardado en las páginas de los libros y en el recuerdo de sus lectores. A su vez, la escritura es para el autor un acto más del placer de la lectura porque “escribir es alambrar el lenguaje para que las palabras digan, por una vez, lo que queremos decir; escribir es leer un texto no escrito”. No leer paradójicamente rescata y  vivifica el sentido de las palabras, las leídas y las pendientes de ser escritas.

 

 

Revista/Tónica

Número 4. Año 1. Septiembre, 2012. Buenos Aires, Argentina.

Revistatonica.com

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